bilbao. En las laderas de Bilbao se agolpaban antaño los poblados chabolistas, fruto de la inmigración llegada a la capital vizcaina por la ilusionante llamada de la industrialización. Muchas familias llegaron desde diferentes puntos del Estado, en busca de un trabajo y una vida mejor, sin alojamiento previo.
Franco, en una visita a la villa, vio todas esas casetas y ordenó que desapareciesen. En un tiempo récord, apenas año y medio, se construyó el barrio de Otxarkoaga, una innovación arquitectónica que, de golpe, pasó a albergar a miles de familias.
Tras unos inicios prometedores, al poco tiempo, la premura de su levantamiento hizo aparecer los primeros problemas de insalubridad. "Se cerraron los bajos y algunos primeros pisos", señala Montse Carrón, que ha vivido toda su vida en Otxarkoaga. Más tarde, en los ochenta, la droga y la delincuencia oscurecieron su porvenir. "La entrada del caballo fue terrible", recuerda. Ahora, este barrio bilbaino intenta reinventarse.
Para contarlo, desde dentro y con conocimiento de causa, surge el grupo de teatro comunitario Aullidos de Otxar, una propuesta impulsada por Dordoka y Harrobia, y apoyada por el Ayuntamiento de Bilbao, a través del plan comunitario Imagina Otxarkoaga, que pretende servir de plataforma comunitaria, con el teatro y la música como hilo conductor.
Formado por 18 personas de entre 17 y 60 años, confían en remover conciencias "para mejorar el barrio".
¿Por qué se embarcaron en este proyecto?
Montse Carrón: Porque no es hacer solo teatro sino que queríamos cambiar la filosofía del barrio. Cambiar la visión del Otxarkoaga canalla, conflictivo y peligroso. Es como el proyecto de Carlinhos Brown en Candeal, pero a años luz.
Ibon Peláez: Hoy en día sigue el estigma negativo si le dices a la gente que eres de Otxarkoaga, todavía lo noto y me da un poco de rabia.
La obra, titulada 'Voces en el parque', ¿de qué va?
M. C.: Narra la historia de Otxarkoaga desde diferentes perspectivas. Cada una de las personas que hemos ido llegando al grupo de teatro hemos ido contando nuestra experiencia, para recrear la evolución de Otxarkoaga a lo largo de los años. Es una visión compuesta por gente de distintas edades.
I. P.: Además del teatro, yo canto, porque soy músico, hago rap y tengo un grupo de punk, Su Santidad.
M. C.: El problema es que la obra no está completa, porque llevamos muy poco tiempo juntos.
I. P.: Menos de un año y la gente que forma parte del grupo de teatro no está familiarizada con las artes escénicas.
M. C.: Ensayamos solo un día a la semana, dos horas, de ocho a diez.
¿Qué papel encarnan?
I. P.: Yo hago de Franco, de cuando vino a inaugurar el barrio y me estoy documentando mucho. Nunca pensé que vería vídeos de él.
M. C.: Lo está haciendo muy bien y le da un toque de humor. El resto hacemos de las primeras personas que vinieron a vivir aquí.
¿Quién es el más joven?
M. C.: El más joven es Mohamed y tiene 17 años y, la más mayor, Ascen, que tiene unos 60 años.
I. P.: Hombre no le he preguntado la edad pero sí es mayor.
En el grupo hay gente de varias nacionalidades.
I. P.: Sí, pero por ejemplo, estamos intentando traer a algún gitano al grupo, que hay mucho artista en el barrio.
M. C.: Sería interesante.
Actuar ante vecinos siempre es difícil. ¿Cómo esperan que reaccionen?
I. P.: A carcajadas.
M. C.: Tiene puntos de humor, pero la meta es que se unan a esta iniciativa para intentar cambiar el barrio entre todos.
I. P.: Aportar algo al barrio.
M. C.: Que, de repente, venga alguien de fuera, y no le tengan que decir como siempre: deja la cartera en casa.
La idea del teatro comunitario es originaria de Uruguay ¿no?
M. C.: Sí, aquí somos pioneros, no creo que haya algo así en otra parte. Ahora se está empezando a hacer en Madrid también a raíz de este proyecto. Al principio, éramos pocos y pensaba que no iba a funcionar, pero ahora estoy satisfecha. Además, nos han invitado a ir a Uruguay para ver el trabajo que han hecho allí.
¿Les ha marcado ser de Otxarkoaga?
M. C.: Siempre he vivido aquí. Llevo toda la vida, menos un periodo en el que estuve fuera viajando. Pero he visto muchas etapas. Desde mi niñez, cuando era todo súper limpio y había una vida de barrio normal, sin ninguna sensación de peligro, hasta la llegada del caballo al barrio en los ochenta, ¿no Ibon?
I. P.: A partir de 1984 empezó a entrar a saco. Luego hubo una época en la que se metía caballo todo el mundo.
M. C.: Esa fue una época que me marcó mucho, porque ¿quién no ha tenido un familiar o amigo relacionado con eso?
I. P.: Es duro decirlo, pero otros barrios tienen otras cosas y, en Otxarkoaga, la mayoría de la gente tiene o conoce a alguien con problemas de drogas.
M. C.: Luego he estado muchos años viviendo fuera, me desligué, quería salir de todo esto y escapar. Ibon: Viajar es bueno.
M. C.: He vivido en Alemania, Lanzarote e Ibiza. Me enamoré pero al final he vuelto al barrio.
¿Lo echaba de menos?
M. C.: Sentía que tenía que volver, me tira mucho. Me fui para evadirme, pero ahora tengo un proyecto de vida, un marido y una hija de ocho años. Esa sensación de conocer a la gente, de unión, no la he tenido en ningún sitio.
I. P.: De andar tranquilamente.
¿Y qué ha cambiado?
M. C.: El cambio ha sido muy profundo. Me fui en una época en la que el barrio estaba muy jodido, estaba el caballo a tope y había mucho desmadre y delincuencia.
I. P.: ¿Recuerdas donde el piloto?
M. C.: Sí, y en la parte de las cafetas había mucha delincuencia. Aunque, para ser sincera, podía haber mucho delincuente en el barrio pero jamás he tenido la sensación de peligro dentro. Podías oír: pues éste ha pegado el palo en no se donde..., pero nunca que habían robado dentro del barrio, había un código con la gente de aquí, que ahora no hay.
I. P.: Cuando era niño recuerdo que no había luz, había cuatro bombillas, estaba todo oscuro. Todas las noches me tumbaba y oía: crash y nino, nino, nino... (imita el sonido de las sirenas), porque se robaba en los coches. Hoy en día ya no, hay luz y es otra cosa. Da otra sensación.
La droga les ha tocado de cerca.
I. P.: No me considero un exdrogadicto porque nunca he sido yonqui de nada, pero consumía y me afectó mucho a la dentadura. Ahora me la estoy arreglando. Estuve consumiendo durante más de veinte años, pero lo que me libró de engancharme del todo es que siempre he sido de hacer deporte. He sido skater -sigue practicando-, he hecho surf, escalada..., eso es lo que me ha salvado.
Me ha tocado ver morir a varios amigos por la jeringuilla y mi novia se suicidó. Tenía amigos que me decían: ¿nos metemos un pico de speed?, pero no lo hacían porque eran mala gente sino porque querían que estuviera bien.
M. C.: Aquí ha habido una generación perdida y la mayoría eran gente súper noble.
I. P.: Es que la heroína no perdona a nadie. Da igual que seas pobre o rico, que vivas en Neguri o en Otxarkoaga, que tu padre sea médico u obrero de la construcción. Y, por cierto, la gente venía a Otxarkoaga a comprar heroína. En su época venían incluso de Barcelona y Madrid...
M. C.: Eso es cierto. Era un punto muy importante de venta de droga a nivel estatal. I. P.: Cuando ETA puso las bombas, me extrañaba. Pensaba: aquí tiene que estar toda la traficantada.
Con el paso de los años, ¿cómo ven la evolución el barrio y el cambio de infraestructuras?
M. C.: Ha sido un barrio privilegiado en ese sentido, las instituciones lo han cuidado, pero de pocos años aquí. Por ejemplo, el centro cívico es una maravilla que no tienen otros sitios.
I. P.: Ahora está mucho mejor.
En su caso Ibon, ha logrado salir de donde muchos no pudieron.
I. P.: Mi vida es muy singular. Fui uno de los primeros punkies de Bizkaia. De los primeros que me puse la cresta. Yo no me empecé a meter heroína aquí, yo me piraba a Barrencalle y aquello era otro mundo. Me tomaba mis cervezas y mis porritos y punto. Pero es que luego allí también llegó. Yo no me enganché.
No me he metido heroína todos los días, solo de vez en cuando me metía picos. Recuerdo un día que me metí speed y ni me quité la jeringuilla. Me hizo el corazón pum, pum, pum, pum..., ahora no haría eso. Estuve jugando con la muerte. El teatro me está ayudando mucho, porque me deja ser yo. ¡Es que a mí con doce años me daban artanes en la farmacia! Te comías dos y te colgabas de un puente, hacías locuras. Me siento un superviviente.
¿Comparte su experiencia con jóvenes del barrio que tengan los mismos problemas?
I. P.: Me gusta advertirles, pero cuando intentas hacerlo, te diriges a gente que está en una edad..., que lo primero que te dicen es: qué me estás contando, no me des la chapa. Aun así, intento ayudar, siempre lo he hecho.
¿Creen que el problema de la droga está solucionado?
M. C.: En los últimos cinco o seis años ha mejorado un poco, pero cuidado que está volviendo la heroína.
I. P.: No me jodas.
M. C.: Sí, te digo que sí. La generación que viene ahora está volviendo a tocar las drogas.
I. P.: Yo creo que eso ahora está en las discotecas. El problema es que mezclan muchas a la vez. Hoy en día hay gente que se mete una raya de caballo para dormir.
¿Y la delincuencia?
M. C.: También está volviendo la delincuencia. Se están dando casos de muchos robos. Está habiendo muchos palos en casas de gente mayor. Otxarkoaga nunca ha dejado de ser un gueto.
I. P.: A Charlie, el de la tienda de golosinas, le han robado el coche ya cuatro veces. Y son chavales que le compran patatas y cosas.
M. C.: La zona de Txotena es el Bronx.
I. P.: Toda la zona de la gran curva.
¿Como ven la convivencia entre personas de diferentes razas?
M. C.: Siempre ha habido problemas. Aunque antes, por ejemplo, había un código de respeto entre gitanos y payos.
I. P.: Bueno, yo con los gitanos de aquí me llevo muy bien.
M. C.: No es problema de razas, sino de personas conflictivas, que acaban siempre en Otxarkoaga, porque las instituciones están haciendo un gueto. No las llevan a otros pueblos, siempre las traen aquí.
I. P.: Bueno porque siempre hemos sido un barrio solidario.
M. C.: Solidario, pero hasta un punto. Siempre que respeten las normas y sean tolerantes.
I. P.: Ya, pero mira el caso de Lavapiés, en Madrid, que es un ejemplo de multiculturalidad.
M. C.: No, si el problema no es la raza, es la persona, que sepa convivir. Y hay de todo.
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